domingo, 13 de noviembre de 2011

Los recordados años de Carlina.

Cuando llegué a Cauquenes, solicité ayuda sobre alguna picada estilo "Donde Aravena" en El Monte, comuna de Santiago. Recuerdo ese pintoresco lugar donde preparaban la especialidad el cerdo en sus distintas variedades, muy sabroso, en general, donde fui muchas veces en familia y donde celebramos nuestra graduación de 4° medio con varios amigos.

Buscaba entonces algo simple, sencillo y que tuviera ese toque de "picada", tosco pero sabroso. Ya no recuerdo quien me dio el dato y fue tan impreciso como vago: hay una señora en Santa Sofía (sector popular de Cauquenes alejado unos kms.) que prepara chancho como usted dice, me dijeron.

Asi que a mucha resignación de mi familia,...
me acometí a la tarea de buscar el dato. Preguntando casa por casa, no faltó la vecina informada que supo darme la información adecuada y llegué a una casa pocas cuadras más allá donde, típico de Cauquenes, no tenía ni un letrero ni nada que avisorara la existencia de supuesto comedor.
La casa tenía un mini quiosco hecho de la prolongación de la misma donde vendía pequeñas cosas. Aunque no estoy seguro qué tanto vendía. Era una casa de color verde obscuro, muy poco vistosa, más bien aparecía desapercibida del paisaje general. Como todo hogar antíguo hecho de adobe, había que subir unos peldaños cortos para acceder a ésta.

Por supuesto, no había nadie a quien preguntarle nada y desde la reja de calle grité un fuerte "aló" para hacerme oír. Pronto se asomó la cabeza de una señora poco expresiva que preguntó qué quería. Yo le respondí que buscaba una señora que preparaba chanchito.
Ella, sin mejorar la expresión, me dijo que aquí era.. Luego se acercó mostrando mejor su figura.
Era alta, muy delgada, de voz pastosa, ronca y de dificil sonrisa. Me preguntó cómo sabía de ella y de dónde venía y yo le dije que me habían pasado el dato y que era muy famosa y le hablé muy brevemente de mi residencia en Cauquenes y mis negocios en la zona.
Logré sacarle una muesca de sonrisa. Y ya con la información indicada y satisfecha, más relajada, nos hizo pasar a su casa.

Era una real picada, de esas de antaño, casi con contraseña y todo. Una casona alargada llena de piezas con un comedor en medio. Sin pintura las paredes, y el piso de cemento bruto. Recuerdo que la primera vez nos hizo pasar a un comedor que tenía en el cuarto más grande, donde había una mesa enorme, alta y muy antígua. El cuarto era muy helado y sólo lo alumbraba una ventana de pequeños cuadritos.
Luego, más repuesta y descansada, nos ofreció un brasero para calentarnos, lo que aceptamos encantados (y desesperados). Luego nos dijo que tenía distintas variedades de chancho y acompañados con ensaladas y papas cocidas, vinito de casa y bebidas. Yo me entregué a mi instinto y le pedi un poco de todo lo que nos ofreció.

Nos quedamos solos, en un silencio sepulcral y en medio de la incertidumbre de todo lo que nos estaba pasando, puesto que estabamos solos, no habían más comensales, el cuarto gélido y silencioso, la mirada de nuestra anfitriona, su "particular entusiasmo" en su invitación, y el tipo de comida que recibiríamos. Debo confesar que me entregaba a la fortuna de mi suerte e intuición...no sin un dejo de duda, qué diablos... si hasta Jesús dudó, pensé.

Al cabo de un rato trajo unos fuentones de ensaladas y pebre enormes!, recuerdo que la lechuga era tiernísima, como recién sacada de un huerto, sabrosa, ácida y salada en su punto, nada que aliñar como me gusta a mi: llegar y comer. El pebre era enorme y sabrosísimo, con agua, cilantro cebolla, un toque de ají, limón, sal y aceite. Todo con enormes cucharas antíguas.
Pan amasado, enorme, de harina de campo, esponjoso y calentito.

Luego llegaron unos platos digno de banquete de reyes...de reyes de campo eso sí. Arrollados hirviendo, perniles, prietas, longanizas, lomos asados y unas papas blancas costinas calientes a punto de desarmarse. Todo preparado por ella.

Cuando ella vio nuestras caras de regocijo se sintió muy cómoda y cambió ese rostro frío e inexpresivo por una hermosa cara arrugada, ojos pequeños y sonrisa amable. Tenía unas manotas, de mujer trabajadora y de gran fuerza, pese a su delgadez. Nos siguió interrogando desde la puerta tapándose la boca con sus manotas y explicándonos que muchos de mis parientes iban a verla y que a muchos les gustaba su comida y reía. Carlina era su nombre y no tenía idea de la semejanza con el personaje santiaguino donde se iba a comer otro tipo de menú... Yo tampoco se lo hice ver.

No dejaba de alabarla y nos mirabamos con los demás cómo nos íbamos a comer todo eso!. A lo que ella nos tranquilizó: se lo llevan, pues. Cuál es el problema!.

Todo terminó como grandes amigos y salimos casi sin hablar, hasta de beso nos despedimos prometiendo volver a verla. Ella nos replicó que ya nos conocía y que viniéramos cuando quisiéramos. Avisándole antes para poder prepararnos con más atención...(qué más atención! pensé...)

Con el tiempo, nos hicimos múy amigos, conocimos su marido, un hombre enorme pero muy deteriorado, enfermizo y desganado. Una hija diametralmente opuesta a ella: gordita, risueña y casada con un transportista al cual veía poco, muy enamorada lo cual le dejaba pocas ganas de colaborar con el negocio de su madre.
Ahí, la que roncaba, sacrificaba, preparaba y servía era la señora Carlina, una mujer empeñosa, maravillosa, de mucho esfuerzo y dedicación, de gran sacrificio porque prácticamente estaba sola. Ahí entendí su desfigurado rostro, inexpresivo, de manos toscas, grandes y duras que al poco andar la conversación mostraba su cariño y preocupación hacia algunas personas. No hacia todas, era muy selectiva por quienes ella prefería. A todos atendía sin excepción pero el afecto y su esquiva sonrisa con ojos minúsculos la mostraba a los preferidos.

Recuerdo una vez que la llamé y quería ir a verla con amigos de Santiago para que se sorprendieran de la calidad de comida de la señora Carlina. Llegamos allá, sus caras eran de incertidumbre y no manifestaban desagrado sólo por educación. Cuando ella me dice que está completa de gente pero como nadie sabe los platos que daba, le sacaba un poquito a cada uno y ni se daban cuenta. Nos hizo pasar a un cuarto pequeño de sillas pequeñas con brasero y un mesón alargado con mantel de plástico. Las caras de mis amigos y sus parejas eran muy alargadas pero sonrientes...por cortesía y lo pintoresco del lugar. Al llegar los platos, hubo el mismo asombro de mi primera vez allá. Todos terminaron medio tomados, satisfechos y con ganas de volver. Hasta de abrazo y beso se fue nuestra Carlina.

Los años pasaron, y no en vano... mi amiga se enfermó, muchas horas de sacrificio preparando una y otra vez sus sabrosos embutidos y preparados de carne. La hija se fue con su amado, y su compañero de vida fallece sin darle muchas explicaciones y un mejor pasar. Dejó su trabajo y vivió como pudo de sus ahorros. No pude despedirme de ella, me ausenté de Cauquenes por varios años por lo que esto lo supe tiempo después, cuando mi querida amiga de rostro duro nos dejó.

La señora Carlina, de Santa Sofía, gran maestra de cocina chilena, una mujer envidiable, admirable y recordable como pocos. No hay hoy en día, lugares como ese con personas como ellas, Cauquenes, despide uno más de sus hijos sufridos y aguerridos, como siempre en el anonimato. Personas que transmitieron su amor en la comida. Disfrutando siempre que quienes la comían salían felices y dispuestos a volver. Adios, Carlina querida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario